Catálogo de la exposición en la Galería de Arte Nacional, Juan Calzadilla, 1976.
Desde la época en que presentó en la Bienal de São Paulo su serie de Las Jugadoras[1] , tuve la impresión de que faltaba organizar alrededor de Jacobo Borges una exposición suficientemente amplia como para hacer explícita la evolución de un artista que se ha dado el lujo, en un estilo rayano en la épica, de trabajar sobre un restringido número de temas, con sentido serial. Y si bien es verdad que desde 1970 expone con regularidad, cada dos años, también es cierto que estos recuentos, formados por pinturas recientes y despecho del rigor de las selecciones ofrecidas en la Galería Estudio Actual, a falta de obras claves del pasado, no permitían establecer las conexiones estilísticas necesarias entre el Borges de ayer y el de hoy. Aun considerando los cambios en su obra (por ejemplo, entre 1956 y 1962, y entre 1965 y 1970), Borges resulta uno de nuestros pintores de evolución más coherente
Por eso, una suma de sus trabajos, que permitiese estudiar su evolución desde la fase más dibujística de su pintura de los años 50, hasta sus ambiciosos espacios arquitectónicos de hoy que nacen de una profunda concepción de la espectacularidad, era un hecho esperado y hasta necesario con el cual el público que le ha seguido estaba esto a solidarizarse. Para nosotros mismos, estoy seguro de que esta exposición representará un redescubrimiento de Borges, allí donde el destino ajeno de las obras nos enfrenta a la incomunicación.
No se hacen con frecuencia retrospectivas de pintores en Venezuela, y mucho menos de artistas que podemos considerar todavía como jóvenes o, por lo menos, como creadores de vanguardia. Ya sabemos el esfuerzo que cuesta eventos como éstos. Y dudamos, incluso, que las obras reunidas ahora por primera vez alcancen a dar una visión sobre Borges bastante completa para considerarlas, de rondón, como una retrospectiva. Borges representa, por otra parte, mucho más de lo que la gente estima como su obra: su pintura. El es un artista de contextos globales, que no se presta fácilmente a ser reducido al marco de una firma como quisieran ciertos coleccionistas, para quien le conoce, es un trabajador solitario cuya obra entraña significaciones sociales a las cuales la pintura no suele dar siempre la mejor respuesta. Una respuesta al mundo que creadores como Borges, a la manera de los humanistas del siglo XVI, buscan infatigablemente en cuanta expresión pueda servirles de medio a lo que ellos desean comunicar. No quiero con esto extenderme en la propiedad polifacética de esa visión integral que, más allá de la autoexpresión, obsede a Borges, ni en lo que él ha querido decir cuando se llama a sí mismo con el título de "comunicador". pero creo que, si se tratara de conseguir el éxito en la presentación de una retrospectiva de Borges, habría que definir bien en qué terreno de sus preocupaciones vamos a trabajar. Por lo pronto, me parece que sin su abundante producción dibujística no se entendería al Borges de las grandes síntesis coloristicas de hoy, y es evidente que sus conceptos signicos, tan penetrantes en el estudio de caracteres, tendrían que estar recogidos en alguna parte, al lado de sus cuadros.
De cualquier modo, volviendo a la primera idea, deseo significar aquí que esta es la primera exposición que nos suministra en su totalidad una información importante sobre ese capítulo que de ahora en adelante se llamará Jacobo Borges: y celebro, por tanto, que haya correspondido a la Galería de Arte Nacional y al Museo de Bellas Artes acoger esta significativa muestra procedente de México y ampliada en Caracas, de la que también es corresponsable para decir lo menos la Galería Estudio Actual.
Lo que encuentro de más original en la obra de Borges pintor es su capacidad para situarse en una óptica focal que le permite ver la realidad en un conjunto que se articula y pasa de obra en obra, como si, con éstas, se hubiera propuesto elaborar una crónica hiriente, frente a la cual sin embargo, cada cuadro conserva su autonomía. Borges nos pone siempre en el punto de tensión extrema en que la fijeza obsesiva del objeto termina volviéndolo repugnante y neutral. Nunca deja de ser un crítico de la situación que somete a una primera contradicción: el asociar una ambientación escenográfica de corrosiva precisión quieta con la fluidez temporal de la forma humana, que presta gestos huidizos o estereotipados a una mitología implacable, donde el tiempo son espejos y los muros trozos de memoria sombría.
El retrato, como expediente de una relación documental, hace aún más extraño al hombre este marco metafísico en el cual Borges gusta encerrar su crítica a la cultura de la sociedad de consumo: salones barrocos, galerías imperiales, modas rimbombantes, grandes comilonas.
Las relaciones entre las partes de una misma obra y entre dos y más obras, desde el punto de vista plástico, son tan importantes como las que, desde el punto de vista ideológico, se producen entre la imagen y el mensaje. Y esto me parece configurar todavía un milagro: que un artista pueda expresarse eficazmente en un lenguaje personal para decir cosas que nos tocan precisamente por el hecho de ser capaces de hablar de la realidad con imágenes intrínsecamente válidas, y que estas puedan mantener aún intacta nuestra conciencia crítica en medio del torbellino de sensaciones que la pintura suscita y donde ella se hace inteligible para nosotros como arte y como realidad.