500 Años después de Colón reflexiones sobre Jacobo Borges, Wieland Schmied, 1992.

Wieland Schmied fue un influyente crítico de arte y curador alemán, nacido el 10 de marzo de 1929 y fallecido el 22 de junio de 2014. Reconocido por su profundo conocimiento del arte moderno y contemporáneo, Schmied fue director de la Documenta de Kassel y curador en el Museo Städel de Frankfurt. Su obra escrita abarcó desde monografías sobre artistas como Max Ernst y Georg Baselitz hasta ensayos críticos que exploraron la evolución del arte europeo en el siglo XX. Schmied dejó un legado significativo en la historia del arte, influyendo en generaciones de artistas y teóricos con su perspicacia y erudición.

Latinoamérica ha sido descubierta muy tarde. Si es que realmente lo ha sido.  Algunos piensan que ni siquiera se ha descubierto todavía.

Colón vino y no comprendió nada.  No sabía dónde estaba.  Por mucho tiempo pensó que había encontrado la ruta marítima a las Indias y llegado a Asia. De ahí el nombre de Indias Occidentales.

 

Otros descubridores vinieron y no descubrieron nada.  No vieron nada.  No vieron la belleza del país ni el carácter de su gente.  Vieron solo lo que buscaban, lo que ya conocían de su propia tierra.  Oro, plata, piedras preciosas.  Soñaban con el Dorado, destruyeron un paraíso.
No descubrieron nada, invadieron.  Y destruyeron  lo que invadieron.

 

Los primeros auténticos descubridores fueron escritores.  Bartolomé de las Casas primero, mucho más tarde Alexander Von Humboldt.  Pero aún habiendo visto tanto, mucho se le pasó desapercibido.

 

Y luego los pintores: el holandés Frans Post, el austriaco Thomas Ender. En sus pinturas hay un asombro infinito. Una melancolía de lo inalcanzable.  Como si no hubieran arribado nunca al país que tenían ante sus ojos.

 

¿Cuándo hemos descubierto Latinoamérica?  ¿No la hemos descubierto recién a través de los escritores?  Por Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, Manuel Puig y Juan Carlos Onetti, Gabriel García Marquez y Carlos Fuentes, Pablo Neruda y Octavio Paz, Mario Vargas Llosa e Ignacio de Loyola Brandac - esta extensa- en realidad todavía mucho más extensa - serie de figuras extraordinarias, que hicieron surgir ante nuestro ojo espiritual un continente nuevo, jamás antes visto.  Y si es que ya hemos descubierto Latinoamérica, lo hemos hecho a través de sus poetas y quizás, en parte también, a través de sus cineastas.

 

¿Vale lo mismo para sus pintores?  No estoy muy seguro.  Verdad que de nuevo se nos viene a la cabeza una serie de nombres: Diego Rivera y Frida Kahlo, José Clemente  Orozco y David Alfaro Siqueiros, Joaquin Torres García, Matta, Wilfredo Lam, Jesús Rafael Soto, Fernando Botero…pero ¿cuántos de ellos no tuvieron que abandonar su país para ser famosos, cuántos no tuvieron que asentarse en los grandes centros del arte, en París o Nueva York?  Y, exceptuando al cubano Lam y a los muralistas mexicanos, ¿cuántos  nos han dicho realmente algo sobre su país, su origen, sus mitos?

 

Y ahora Jacobo Borges, el venezolano.  Su caso es otro.  Quien tiene la oportunidad de recorrer de vez en cuando Latinoamérica, podrá contar de muchos encuentros. Una y otra vez encontrará a artistas dotados de un gran talento en las viejas y, en general, en las generaciones más jóvenes. Pero siempre escuchará el europeo, en las conversaciones, el reproche: ¿ Cuando Uds. nos descubrirán finalmente? ¿Cuándo dejarán uds. de cerrar los ojos ante nosotros? ¿Cuando comprenderán, por fin, que también aquí, entre nosotros, existe una excelente pintura y escultura extraordinarias? ¿Cuando comprenderán al fin lo que hacemos? ¿Cuándo, por fin, nos llevarán a Europa?

 

No así Jacobo Borges. El me parece la gran excepción.  El no espera.  El no quiere ser descubierto.  El ha dado vuelta las cosas. Él es el que descubre. Su centro es Venezuela.  Un lugar arriba, en la montaña.  La soledad, quizás cien años de soledad.  De allí sale, allí vuelve.  Allí puede pintar.  Pero viaja mucho, incansablemente por el mundo.  Su itinerario de años pasados: Venezuela, Berlín, Nueva York, Venecia, Italia, Ciudad de México, Monterrey, otra vez Berlín, Auvers-su-Oise, Sur de Francia - la Provence, otra vez Nueva York,  Florida, Buenos Aires, Caracas, otra vez Berlín y no se le ve aún un fin a este viaje.

 

Jacobo Borges viaja con los ojos abiertos, dibuja, bosqueja, pinta, lleva su diario de vida, trata de comprender.  No quiere ser conquistador, quiere ser descubridor.  El Latinoaméricano que parte a descubrir a Europa.  Realmente no es el primero.  Ya han habido otros que han buscado algo similar.  Sus raíces, las fuentes de su existencia.  Pero entre los descubridores de Europa es Borges uno de los que más me fascina, uno de los que más agudamente observa.

 

Y el que, según creo, sólo descubre, recibe, abarca una fracción de lo que es Europa, la tradición europea, el presente europeo, la pintura europea. Jacobo Borges vino a descubrir Europa y se encontró a sí mismo.  Los muchos encuentros con Europa se convirtieron en sus grandes desafíos, lo lanzaron a conflictos interminables, le hicieron crecer, le llevaron a sí mismo.  Algunas cosas  las ha comprendido - y comprendido más agudamente que otros, intuitivo, instintivo - muchas cosas las ha confundido.  Pero confusiones pueden ser muchas veces más fructíferas, más creativas y alentadoras que mucha comprensión certera, y esto en ninguna parte más que en el arte.  El enfrentamiento con Europa ha liberado igualmente a Jacobo Borges, lo ha catapultado en un nuevo mundo.

 

Como pintor se ha desarrollado increíblemente en los últimos tres, cuatro años.  Hay una nueva soberanía en sus cuadros, que antes no había.  Sobre todo los "nuevos salvajes", los "nuevos impetuosos" o los "nuevos expresionistas" - etiquetas terriblemente falsas, pero hasta ahora no nos hemos puesto de acuerdo en nada mejor - en los cuales él redescubre su obra, tienen que haberle dado aliento y reafirmado en sí mismo.  A modo de ejemplo, permítanme mencionar un solo nombre: Eugen Schonebeck.  Ahora, a la altura de su capacidad creativa, ya no hay nada que representar.  Para él, al menos en un sentido directo. Todo aparece codificado, transformado.  Todo motivo real inmediato se ha superado, se ha reducido a signo, traducido a colores, formas y gestos.  Lo que está por representar es la pintura y nada más que la pintura.  Dicho en forma más patética: el triunfo de la pintura, su triunfo sobre todos los motivos.

 

Pero todavía sigue siendo una pintura - y eso es lo inalienablemente latinoaméricano en el arte de Borges, aquello que le caracteriza sobre todas las cosas - todavía una pintura en la cual el mundo ha zozobrado, en la que vibra su visibilidad, en ella hay algo del fuego en las montañas venezolanas y algo de la caída del muro de Berlín, de puertas, de transgresiones, de aperturas, pero todo esto pintado, borrado, bañado por olas, saturado de lluvia tropical, disuelto en tierra, barro, polvo, todo sumergido en el recuerdo y luego rescatado del recuerdo, desplegado en colores claros y sombrios, representado como lucha eterna, expresado apasionadamente y luego retomado para el secreto de la pintura. ¿Quién dice que Jacobo Borges no ha entendido nada de Europa?  Quizás comprenda más de nuestra historia, de lo que nosotros hasta ahora hemos descubierto.

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Nostalgia del futuro, Jesús Omar Briceño, 1991.

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Jacobo Borges, Milagros Socorro, 1994.