Jacobo Borges, Milagros Socorro, 1994.
Milagros Socorro es una destacada crítica de arte y periodista venezolana, conocida por su aguda visión crítica y su compromiso con el arte latinoamericano. Ha sido editora de importantes revistas culturales y autora de numerosos ensayos que exploran la identidad cultural y la política en el arte contemporáneo de América Latina.
Milagros Socorro
—Puedo decir que yo me formé en una plaza. En una plaza de Catia[1] . En los años correspondientes a mi formación juvenil, Venezuela vivía la dictadura de Pérez Jiménez; años de represión pero también de búsquedas individuales que los muchachos reunidos en aquella plaza compartíamos. La plaza era un lugar de encuentro, de aprendizaje, de risas, de discusiones, de sueño. Eso, de sueño.
“Ahora Caracas [2] es una gran ciudad, tiene cosas de las que en aquella época carecía pero no tiene lugares de encuentro, lo que es dramático. Y no me refiero a que en la actualidad Catia necesita lugares de encuentro, es que Caracas entera los está necesitando urgentemente. Basta mirar la escasez de aceras que presenta la ciudad, casi todo hay que hacerlo en un vehículo porque las calles de Caracas son intransitables para el ciudadano: la calle no existe como un sitio de la gente, cual es su auténtica naturaleza. En Catia es común ver las aceras ganadas por las mercancías de los comerciantes, quienes exponen neveras, cocinas, cualquier cosa que interrumpe el fluido del caminante. Pero es que, en general, toda la ciudad, toda Caracas ha sido desvirtuada en su esencia urbana y ha dejado de ser un sitio donde consiguen los ciudadanos e intercambian experiencias, conocimientos, donde se crean nuevas relaciones. Para restituir este espíritu tiene que haber una transformación que pase por la abolición del miedo, que mantiene a la gente dividida,[3] en constante recelo unos de otros. Y es preciso acabar con esa terrible discriminación que aísla sectores como Catia donde se ha venido colocando todo lo que no era bueno para el otro lado de la ciudad: cárceles, manicomios, basura...”
“Yo sé muy bien de lo que hablo porque nací y crecí en Catia. Esa Catia mitad urbana y mitad rural que tenía como una cierta lejanía de la ciudad. Uno decía: voy para Caracas, y la expresión no carecía del todo de sentido, basta pensar que yo bebí leche de vaca recién ordeñada porque había una vaquera al lado de mi casa. En esa época, nosotros disfrutábamos de la gran riqueza de la naturaleza, del paisaje; algo que no tenía nada que ver con la pobreza en que vivíamos: estábamos limitados en muchas cosas pero no teníamos límites en nuestra relación con la naturaleza”.
—En ese sentido, el lugar permitía un encuentro con elementos extraurbanos.
—Efectivamente. Un encuentro con el ser, porque uno tenía clara consciencia de ser parte de un conjunto que rebasaba las condiciones de precariedad, de pobreza, de abandono. El contacto con la naturaleza permitía el desarrollo de la capacidad contemplativa del ser humano. La voluntad, para Schopenhaüer [4] es la sobrevivencia de una especie sobre otra –una especie dominante que se impone sobre una dominada– y esta es la violencia de la existencia. Sé a qué se refiere Schopenhaüer porque cuando uno nace en medio de la oposición de esas especies, cuando uno crece en una lucha constante con otros muchachos experimenta en carne propia la violencia de la existencia de que habla este autor. Entre nosotros aquella pugna estaba moderada por la relación contemplativa que teníamos con la naturaleza. Nos sumíamos en prolongados momentos de contemplación y eso marcó la vida de todos nosotros.
—¿A qué tipo de actitud contemplativa se refiere usted? Me imagino que no alude al gesto de plantarse, inmóvil, frente al paisaje sino que el paisaje lo impregnaba todo y que los habitantes de Catia podían estar en sus cosas, en sus actividades cotidianas (los niños, por ejemplo, en sus juegos) y simultáneamente estar en cabal contemplación del entorno.
—Podría ser como tú dices. Pero resulta curioso que cuando uno evoca el pasado lo que suele recordar no son las acciones sino más bien la inacción. Posiblemente nosotros estábamos envueltos en el paisaje aún cuando estábamos en movimiento, pero yo recuerdo principalmente los momentos estáticos. Por ejemplo, quedarme en un murito que estaba cerca de la casa, y pasar ahí dos o tres horas para ver cambiar todo el paisaje: empezaba el sol, después entraban las nubes, la neblina, iba cambiando el Ávila; durante esas horas era testigo de todas esas transformaciones. Yo me hice pintor antes de saber que era pintor, mediante esos estados; y eso me pasaba también con los insectos, con los animales que había en el monte. También había ocasiones en que me estaba horas observando las plantas.
Uno no sabe quién inventa a quién: si tú eres el que inventa la cosa o la cosa te inventa a ti. Porque las cosas están ahí; cuando las sueñas, cuando las imaginas, se aparecen. Por eso es que yo creo, que yo sé, que en Catia había y hay un gran sueño. Un gigantesco sueño que cada quien ha soñado.
—Y que ha llegado a ser un sueño colectivo.
—¿Sueña el borde? Catia fue vista como el borde; no como parte del centro sino como la frontera de la ciudad. Pero sí, es verdad, Catia ha soñado en colectivo y la prueba es la existencia del Parque del Oeste, una cosa maravillosa que se hizo realidad por la lucha de una comunidad. O el Museo. El Museo es un lugar de encuentro no solo en el sentido de que la gente viene y coincide en sus instalaciones. Es la metáfora del encuentro de las ciudades que conviven en Caracas divididas por una línea invisible. Todo comienza, creo yo, con la designación de Adriana Meneses[5] para la creación del proyecto. Adriana y yo venimos de lugares totalmente diferentes, de experiencias diferentes, de pensamientos diferentes; y sin embargo nosotros hemos desarrollado en estos años una relación armoniosa manteniendo los opuestos, las diversidades y las tensiones que son naturales, que son parte del universo. Reconociendo esas diferencias, hemos puesto en marcha este proyecto, cada uno haciendo aportes desde su propio espacio y su propia particularidad; eso ha propiciado que el Museo se convierta en espacio de una gran diversidad, como debe ser en esta zona. Puede ser que en el futuro, cuando la diversidad cultural exista como una cosa natural en esta zona, habrá varios museo específicos, pero ahora nosotros somos la puerta a esa diversidad. Es por eso que debemos llevar en nosotros mismos la diversidad para que puedan aparecer, mucho después, las singularidades.
—Este encuentro que el museo auspicia, ¿es la coincidencia de personas distintas, o se trata también del encuentro entre la comunidad y las instituciones, entre lo que la comunidad ha venido siendo y lo que quiere ser, entre los sueños y las posibilidades de su realización?
—Claro. Cuando hablo de ese encuentro entre Adriana y yo , me refiero también el encuentro entre dos ciudades. Adriana forma parte de un universo y yo formo parte de otro. Parece que estuviera hablando en metáforas pero no es así: Catia ha sido una ciudad fronteriza, una urbe distintas al resto de Caracas. Por mucho tiempo han tratado a Catia como si fuera un barrio. Y Catia es una ciudad, tiene casi dos millones de habitantes.
—¿Usted cree que Catia debe ser considerada como una ciudad?
—Por lo menos debería tener una alcaldía independiente. Catia debería tener su propio alcalde, eso es urgente, porque tiene necesidades, particularidades, que obligan a trazarle una dirección para su propio crecimiento. Catia es una realidad diferente y la ciudad no ha concebido soluciones para los conflictos de esa realidad alterna. La verdad es que Catia ha sido, por mucho tiempo, el escenario del abandono.
A falta de planes diseñados a la medida de Catia, la comunidad ha generado sus propios sueños; ahí está la figura de José Ignacio Cabrujas y de tantos otros para demostrar lo que afirmo. Catia tiene un sentido, una raíz, un carácter, pero no hay un ordenamiento que lo confirme. Para que el proyecto de Catia sea viable, la zona debe tener su propia concreción política. El Museo está concebido como un punto de encuentro entre el este y el oeste, eso está implícito en el mismo personal, en el mismo público. Pero es necesario que el oeste exista con una estructura que rebase la idea de que el oeste es tierra de nadie.
—¿Cómo es ese encuentro que usted propone?
—Desde el principio, el Museo ha estado animado por la voluntad de ser una cosa diferente, de estar integrado a una comunidad. Con ese criterio, el Museo, al mismo tiempo que reconoce la particularidad de la zona, reconoce la universalidad de la cultura, la universalidad del ser, porque la universalidad de la cultura es, simplemente, la del ser. El hecho de que el personal sea mixto (que provenga de todos los fragmentos de Caracas) marca el sentido del Museo y su vocación. Y el público es igual, nosotros tenemos un público de Catia, popular, algunas veces muy grande, y tenemos un público del este. El Museo ha ido integrando esas singularidades y está contribuyendo a que se encuentren las diferentes culturas de la ciudad, con sus tensiones y divergencias.
El este, por su propio urbanismo, anuló la posibilidad de una cultura urbana. El tipo de urbanizaciones que existe en el este separa a sus habitantes, fragmenta la ciudad. Esa parte de Caracas no es apta para encontrarse, para crear una manera de ser ciudad, un espíritu, un carácter, un temperamento. El este presenta un crecimiento urbanístico sin raíz, sin alma. Los centros comerciales han venido a suplantar el alma de la ciudad; no por nada está ese absurdo de Plaza Las Américas, que no es plaza ni es nada, es un montón de tiendas apiñadas de cualquier manera. La verdad es que el este no tiene lugares con los que la gente se identifique, no tiene espacios que generen una cultura, un carácter a su cultura.
—Cuando un sujeto le da un nombre a una cosa, ¿de alguna manera no es nombrado también por esa cosa? A lo que voy: al darle su nombre al museo ¿éste no ha terminado nombrándolo a usted? ¿no ha habido ahí un intercambio de apelativos?
—No creas que para mí ha sido fácil de asimilar todo este asunto. Cuando me propusieron ponerle mi nombre al Museo me lo pensé durante varios días porque la manera como vivo y la dirección que pretendo darle a mi vida no tienen nada que ver con la idea de que un museo tenga mi nombre. Yo tiendo, más bien, a esconderme; cada vez aparezco menos en la prensa y en la televisión. Además, la idea de hacer este museo aquí no fue mía, fue de Adriana y de otras personas, yo entro casi en la penúltima fase; pudo haberse terminado el proyecto y jamás haber aparecido mi nombre. Yo luché para que hubiera obras de arte en el metro[6] , fui el promotor de esa idea y no hay ni una obra mía en el metro porque no quise. Quiere decir que el hecho de que el museo tenga mi nombre es lo que menos se parece a mí mismo; pero si rehusaba la oferta, que desde luego era un gran honor para mí, eso podía ser percibido como una negativa a aliar mi nombre al de Catia y eso sí que no. Me sentía incómodo en las dos situaciones, de manera que lo consulté con amigos y acepté. Lo que se me ocurre es que el Museo lleve mi nombre mientras yo pueda serle útil, pero que cuando se convierta en una institución tan fuerte que ya eso no sea necesario, pues que se lo cambien.
—Volvamos al comienzo. Lo que quiero saber es si usted se siente, a la vez, nombrado por el museo.
—Siento una cosa rara, como un desdoblamiento. Al principio me avergonzaba, pero después empecé a sentirlo como si fuera otra la persona que le ha dado el nombre a la institución: uno es el Jacobo que soy yo y otro es que le dio su nombre al Museo.
Quizá sea oportuno aclarar que yo no intervengo en las decisiones del Museo. Adriana Meneses tiene una total autonomía. Yo solamente aporto unas opiniones que pueden ser oídas o no; nunca se trata de órdenes y los puntos en que hemos coincidido parten del maravillamiento de una idea compartida, no del acatamiento al jefe o a la personalidad de prestigio. Y así hemos funcionado muy bien. Cuando hay cosas con las que no estoy de acuerdo tampoco las peleo; pero es que en mí en mi propio trabajo hay cosas con las que no estoy de acuerdo: salen y yo me asombro, no logro entender por qué salen.
De lo que estoy muy consciente es de que nosotros hemos hecho algunas cosas pero nos falta llegar más lejos. Hemos tenido problemas de recursos, de aprendizaje, de audacia, pero eso llegará. No hay ninguna idea que uno trate de imponer y que avance por presión. Yo soñé alguna vez con hacer un mercado donde hubiera una gente vendiendo y otros comprando y que eso fuera la obra: la vida como obra de arte. Muchas de esas cosas las espero, pero hay muchas que ya se han hecho en ese sentido. Adriana ha tomado la decisión de montar una exposición de radio, y que sea la radio misma; hace algunos años nadie hubiera pensado que eso podría formar parte de un museo. Una de las labores más importantes de este Museo es la de haber participado en la destrucción del retén de Catia; y yo creo que todo el proceso fue una obra de arte, en el sentido en el que estamos hablando. Aquí participaron muchas organizaciones de Catia, se hicieron actividades de diversos tipos: misas, paradas deportivas, juegos, miles de cosas que se hicieron en función de eso. Todo ese conjunto de acciones constituyen un hecho artístico: es una realización espiritual de todos los que participaron en eso, es un encuentro con ellos mismos, con su identidad, su espiritualidad, su capacidad de comunicarse, de expresarse, su derecho a eso.
Hoy es más evidente que en ninguna otra época que las naciones más emprendedoras son aquéllas que son más innovadoras y, por lo tanto, más imaginativas, más creativas. Ha quedado largamente demostrado que la imaginación y la creación son valores fundamentales en el desarrollo y el bienestar humano. Claro que también podrían ser los elementos más peligrosos del ser humano cuando esa imaginación y esa creación no tienen valores morales que le den su límite y su orientación. Pero sin eso el hombre no puede ni sobrevivir ni visualizar las cosas que necesita. En ese sentido, la cultura es un factor de transformación vital para cualquier actividad humana. Justamente, ése es uno de los elementos centrales de nuestra actividad, que no apunta solamente las artes plásticas en tanto que tales, sino también en un sentido más amplio: la realización humana.
—Esta idea suya no era del todo compartida por la comunidad de Catia en los inicios del proyecto. Ya se sabe que los vecinos mostraron sus reticencias ante la edificación de un museo, alegando que entre sus prioridades se contaba principalmente un polideportivo o alguna instalación sanitaria.
—En una comunidad donde todas las necesidades están por satisfacerse, y existe un espacio de coincidencias, ese lugar debe servir para todo. Claro que corremos el peligro de que las cosas se nos vengan encima, lo que podría implicar el colapso. Justamente por eso es que la acción del hombre y la acción social son parte del proceso creativo. Catia tiene que visualizar la ciudad que quiere ser. Tiene que aprender a luchar por la conquista de los espacios necesarios para satisfacer las necesidades urgentes de esta zona. En este sentido, el Museo ha desempeñado un papel vital, puesto que más allá de ser un conjunto de muros para colgar cuadros ha sido un punto de coincidencia para que la comunidad canalice sus prioridades. Nosotros estamos conscientes de que la institución podría llegar a colapsar si se la agobia con un cúmulo de responsabilidades que no sólo no le competen sino que podrían ser tantas que llegue un momento en que no se cumpla con ninguna. Pero estamos claros en que parte de la misión del Museo es potencializar las demandas de la comunidad.
—Esas demandas de la comunidad irán cambiando en la medida en que otras instituciones se ocupen de las responsabilidades que no competen al Museo Jacobo Borges. Pero entiendo que el Museo tampoco quiere prestar oídos sordos a los reclamos de la comunidad.
—Si este proceso quiere mantenerse en movimiento tiene que ser analizado en cada momento porque si no corremos el riesgo de repetirnos y de no ver los cambios. Y para garantizar ese fluido constante, tiene que ser reflexionado, teorizado en cada fase, para que pueda haber un crecimiento. Justamente, este año vamos a trabajar intensamente mirándonos, estudiándonos, para orientarnos hacia la creación de una conciencia nueva que acompañe los cambios que ya se han puesto en marcha en Catia con la demolición del retén, entre otras cosas. Ya Catia no es la que salía todos los días en toda la prensa, en la televisión, como la tierra de la muerte. Pero, al mismo tiempo, tiene tareas nuevas y nuevas exigencias, nuevas ambiciones, nuevos sueños, nuevos rumbos. Y el museo, ¿qué será en el futuro? Pues será otra cosa también.